jueves, 12 de marzo de 2015





EN BANDEJA DE PLATA: ETIQUETA Y SERVICIOS DE MESA. COLECCIÓN AROCENA (marzo, 2015)




            El desarrollo de la vajilla de plata para el servicio de mesa tiene su punto de partida en Francia, durante la segunda mitad del siglo XVII, bajo el reinado de Luis XIV (r. 1643-1715). Se entiende que fue a partir de ese momento cuando, favorecido en parte por el protocolo cortesano y la necesidad de propaganda en torno a la figura del monarca reinante y, a través de él, de la institución que representaba, actos cotidianos como la comida pasaron a convertirse en una ceremonia oficial durante la cual el rey comía delante de un grupo de cortesanos que habían sido distinguidos con el privilegio de ser invitados a contemplarle, sin participar ellos mismos de la comida. Y todo ello en un contexto de gran parafernalia, donde los objetos de platería expuestos en la mesa jugaban un papel no sólo funcional, sino que eran prueba tangible de poder y riqueza material. 



PEHR HILLESTRÖM. La cena de la familia real sueca en el palacio de Estocolmo, el día de Año Nuevo de 1779 (Nationalmuseum, Estocolmo)


            El ejemplo fue seguido inmediatamente por la nobleza francesa y otras cortes europeas. Los plateros se vieron impelidos a la producción de un número de objetos sin precedentes, pero también a la invención de nuevos tipos de piezas para atender la complejidad que iban tomando estos conjuntos, en razón de la evolución de las costumbres y de las formas de vida, procurando cumplir en todo momento con la doble necesidad práctica y de exhibición: deslumbrar con diseños sofisticados y elegantes, exclusivos a ser posible, ingeniosos también en la armonización de los aspectos prácticos y decorativos. Paralelamente, los maestros de ceremonias asumieron la responsabilidad de proveerse de un buen plan de mesa, para distribuir los objetos de una manera ordenada y estética en los grandes banquetes oficiales, y causar así la mejor impresión a los comensales. La selección de las piezas exigía además una perfecta coordinación con el jefe de cocina encargado de confeccionar el menú, para atender convenientemente a las exigencias de las distintas preparaciones culinarias, tanto en lo relativo a su presentación en la mesa, como a su servicio y consumo. Este tipo de comida-espectáculo debería atenerse finalmente a un riguroso guión durante su desarrollo efectivo, que permitiera orquestar de la manera más eficaz sus distintas etapas sobre la base marcada por el protocolo.

            Desde la Baja Edad Media se practicó también la costumbre de disponer un aparador de ostentación en el salón donde iba a tener lugar el banquete oficial. En sí el aparador sólo era una estructura de baldas escalonadas, forradas con tela o cubiertas con lienzos blancos. Sobre ellas se exponían otros objetos de vajilla, raramente utilizados durante la comida, o piezas puramente decorativas, principalmente jarros, copas y fuentes. El número de objetos fue muy variable según el contexto y la ocasión. Sin embargo, en los actos más solemnes y fastuosos, la envergadura del aparador era un síntoma inequívoco no sólo de riqueza sino también de jerarquía social. Porque fue costumbre que los personajes de alto rango acudieran a estos eventos acompañados no sólo de su propia servidumbre para que les atendiera personalmente durante el banquete, sino también llevando sus propios objetos de aparador para exponerlos en el ámbito del salón donde se celebraba.

            Antoine de Lalaing refiere, por ejemplo, cómo con ocasión de la jura en 1502 como herederos de la princesa doña Juana de Castilla y de su esposo, Felipe de Borgoña, se celebró tras la ceremonia que había tenido lugar en la catedral de Toledo un banquete en el alcázar de la ciudad (DE LALAING, A.: Relation du premier voyage de Phillipe le Beau en Espagne, “Collection des voyages des souverains des Pays-Bas”, en Collection des Chroniques Belges inédites, Bruselas, 1836-1933, pág. 462). En el salón elegido se expusieron cinco aparadores: el del rey Fernando el Católico tenía entre ochocientas o novecientas piezas de plata sobredorada y de otros materiales; los demás pertenecían, respectivamente, al duque de Alba, al de Béjar, al conde de Benalcázar y al de Oropesa; cada uno de ellos tenía aproximadamente setecientas piezas. En el banquete ofrecido en 1605 por el duque de Lerma, valido del rey Felipe III de España, a la embajada de Inglaterra “se hicieron tres aparadores en tres habitaciones, uno que cogía toda la pared de alto a bajo, con peldaños en la misma forma y pared frontera para la plata, en que había como 400 vasos, todos de invención hermosísima, a más de plata ordinaria. En la otra habitación estaba la vajilla de oro y esmaltes, todas las piezas notables, que ocupaba la mesa y gradas de una pared hasta arriba, cosa admirable de ver; y en la otra había solamente vidrios y cristales engastados en oro, con pies, asas y tapas de oro y labores en toda su extensión, y los vidrios de colores, cosa nobilísima” (PINHEIRO DE VEIGA, T.: La Fastiginia, 1605-1620). Esta costumbre del aparador de ostentación se practicó en las principales cortes de la Europa Occidental, pero fue sostenida en el tiempo con gran fastuosidad principalmente por la corte imperial de Viena con ocasión del banquete de la Coronación del Rey de Romanos.



MARTIN VAN MEYTENS. Banquete de la Coronación del archiduque José de Austria 
(futuro emperador José II) como Rey de Romanos, celebrado en Frankfurt 
el día 3 de abril de 1764 (Palacio de Schönnbrunn, Viena)



            A pesar de que el desarrollo de la vajilla de plata y de los principales tipos de objetos que formaron parte de ella, se produjo a partir del siglo XVII y alcanzó su máximo esplendor durante la centuria siguiente, el uso de los metales preciosos para confeccionar piezas relacionadas con la comida y la bebida o para el servicio de mesa se remonta a las culturas antiguas de Anatolia (actual Turquía), Mesopotamia (Irak) y Egipto. Este origen tienen, en efecto, los primeros recipientes conservados, realizados en oro o en plata, vinculados principalmente con la bebida. Las características físicas de estos dos metales añadían un atractivo adicional a la apariencia de los objetos de este tipo realizados hasta entonces en cerámica. La elección de uno u otro se basó entonces no en una cuestión de gusto, sino más bien en la facilidad de disponer de recursos naturales propios. En Grecia y, sobre todo en Roma –dos potencias coloniales y comerciales de primer orden, lo que les dio acceso a todo tipo de materias primas, obtenidas habitualmente de los centros que formaban parte de su emporio–, aumentó significativamente el número y la tipología de los objetos de uso doméstico, realizados ya sistemáticamente en plata, eventualmente dorada en parte: jarros, copas y vasos para beber, cacillos de servir, coladores, platos circulares y ovalados, saleros, pimenteros, cucharas, tenedores, y también un servicio de aguamanil. Sin embargo, no hay todavía un plan de conjunto, pues a juzgar por los objetos conservados cada pieza seguía su propio diseño, en parte también porque no estaba previsto que los comensales se sentaran alrededor de una mesa donde ya estuvieran dispuestos siguiendo un plan determinado. El uso del metal precioso para estas primeras vajillas era considerado ya, además, un signo de refinamiento y de estatus social.



Tumba de Vestorius Priscus, edil de Pompeya en 75-76



Detalle de la pintura mural de la Tumba de Vestorius Priscus, edil de Pompeya en 75-76



Fresco con una escena de banquete y comensales bebiendo (Pompeya, siglo I a.C.)



            Esta situación debió mantenerse sin variación durante la Edad Media temprana, aunque apenas han sobrevivido objetos e imágenes pictóricas o escultóricas que nos permitan comprobarlo con mayor exactitud. Sin embargo, el desarrollo de los primeros contextos cortesanos con residencia estable a partir del siglo XIV, favorecería también la creación de un ajuar doméstico elegante y rico, reflejo del estatus del personaje nobiliario o de la importancia del monarca. Para su mejor lucimiento, surgirá la primera normativa de protocolo a partir de la cual se ordenarán los actos ceremoniales, entre los que se incluye el de la comida como espectáculo público. La corte de Borgoña será la promotora de esta normativa en el siglo XV, y su regla será adoptada o imitada en otros centros durante esa misma centuria y la siguiente. Especialmente en España, donde el advenimiento como monarca de Carlos I en 1516 fue clave para su introducción en la corte española, habida cuenta de que él mismo se había criado en este contexto bajo la tutela de su tía paterna, Margarita de Borgoña. Recomendará incluso expresamente a su sucesor en los reinos peninsulares, Felipe II, que mantenga este mismo protocolo, cuya vigencia debieron sostener en general  también los demás monarcas Habsburgo, con las lógicas actualizaciones derivadas del cambio en las costumbres y la introducción también de nuevos tipos de piezas.

            La imagen más elocuente del periodo temprano de aplicación de este protocolo la ofrece la famosa escena donde se representa una comida en la residencia del duque Jean de Berry (1340-1416) incluida en Les très riches heures de los hermanos Limbourg (ca. 1409).

            El duque comparte mesa con un personaje eclesiástico y ambos están atendidos en el servicio por caballeros y pajes. En la mesa, vestida con un mantel blanco, aparecen diversos platos de plata o estaño y de plata dorada u oro, de acuerdo al tipo de metales utilizados habitualmente en esa época para su confección. Son de diferente medida, llanos y hondos, pero no hay otra clase de recipientes ni tampoco más cubiertos que el gran cuchillo trinchero que se está utilizando para trocear las porciones de carne y tortas. Tampoco los tienen el duque y su invitado, que comerán con la mano los comestibles que dispuestos sobre sus trincheros cuadrados (una plancha de metal usada como plato individual en esta época). Sólo destaca por su envergadura y singularidad la nave del duque, retirada a un lado de la mesa, sin más utilidad que la de servir como símbolo de su jerarquía; una costumbre medieval utilizada por otros monarcas pero que finalmente sólo sobrevivió en el protocolo de la corte francesa. No se muestran recipientes para la sal, especias y aderezos. Sin embargo, hay ejemplos conservados que atestiguan la realización en metal precioso durante esta época  de esta clase de recipientes, destacando de manera particular la fastuosidad de las naves con ruedas, concebidas con una función adicional de centros de mesa, y realizadas a partir de la combinación de plata y cristal de roca o un caparazón de nácar.



HERMANOS LIMBOURG. Les très riches heures del duque Juan de Berry
(Francia, ca. 1409). Musée Condé, Chantilly (Ms. 65, fol. 1v).


            Próximo a la mesa está el aparador de ostentación, bien nutrido de diversos objetos de platería. Junto a él está actuando el encargado de la primera cata, mientras el escanciador y el caballero responsable de servir al duque, hacen la última antes de servir a su señor la copa cubierta para que beba. Por precaución la retirarán de la mesa para tenerla bajo su cuidado hasta que el duque le indique su deseo de beber de nuevo. Este objeto, propio de la época y de las costumbres medievales en la mesa cortesana, convive en el ajuar doméstico con otros recipientes realizados también en metal precioso en forma de cuenco o vaso. Además de todo ello, antes de iniciarse la comida, los comensales se habrán lavado las manos, no tanto por higiene como por seguir un ritual de purificación protocolario, antes de ingerir los alimentos con los que Dios les ha bendecido. Los criados les habrán asistido para ello con dos cuencos gemelos o bien con un jarro y una fuente o una bacía.

            La parquedad aparente de la mesa de Berry contrasta con el despliegue de alimentos y objetos que encontramos en las representaciones de la pintura del siglo XVII, tanto en los bodegones que se inician entonces su desarrollo como nuevo género pictórico, como en las escenas que ilustran las costumbres contemporáneas. No obstante, siguen siendo sobre todo platos de plata, estaño o peltre, que alternan en la mesa frecuentemente con recipientes de cerámica o gres vidriados. No obstante, hay también salvas de pie bajo, sofisticados saleros, tenedores, cucharas y cuchillos, elegantes tazze y bernegales para beber vino, u otras piezas más sencillas como las tembladeras usadas en España en forma de tazón sin pie y con asas, o los esbeltos jug ingleses con una estructura semejante a la del jarro de cerveza contemporáneo; grandes enfriaderas de botellas a modo de cisternas donde se refrescan jarros, cantimploras y botellas. Así mismo han hecho su presencia conjuntos como el taller español (surtout en Francia, convoy en Inglaterra) que reúnen en un soporte común los recipientes para azúcar, sal, pimienta y otras especias, vinagre, aceite y otros aderezos, destinados a un uso colectivo. Varias de las piezas citadas habían aparecido ya entre la segunda mitad del siglo XV y la centuria siguiente, pero es a partir del XVII cuando su uso en la mesa se encuentra generalizado.


JEAN BRUEGHEL el Viejo y PEDRO PABLO RUBENS. El Gusto y detalle (1618).
Museo Nacional del Prado, Madrid


JEAN BRUEGHEL el Viejo y PEDRO PABLO RUBENS. El Gusto y detalle (1618).
Museo Nacional del Prado, Madrid



JAN BRUEGHEL DE VELOURS, GERARD SEGHERS, FRANS FRANCKEN EL JOVEN.
El Gusto, el Oído y el Tacto (ca. 1620). Museo Nacional del Prado, Madrid



JAN BRUEGHEL DE VELOURS, GERARD SEGHERS, FRANS FRANCKEN EL JOVEN.
El Gusto, el Oído y el Tacto -detalle- (ca. 1620). Museo Nacional del Prado, Madrid




OSIAS BEERT. Mesa (ca. 1610). Staatsgelerie, Stuttgart



PETER BINOIT. Bodegón (ca. 1630). Museo del Louvre, París



CLARA PEETERS. Mesa (ca. 1611). Museo Nacional del Prado (Madrid)



JUAN BAUTISTA DE ESPINOSA. Bodegón (1624). Colección Masaveu, Oviedo




TOMÁS HIEPES. Bodegón (1668). Museo Nacional del Prado, Madrid



            La vajilla se incrementará a partir de la segunda mitad del siglo XVII gracias sobre todo a la iniciativa francesa con la aparición de la olla (pot-à-oille), destinada a presentar la contundente comida del mismo nombre que sin duda habían introducido en las costumbres culinarias francesas las infantas españolas Ana y María Teresa de Austria, consortes respectivas de Luis XIII y Luis XIV. Es ésta la novedad tipológica más relevante, junto con la aparición de un servicio de mesa reglamentado que lleva aparejado un plan de distribución funcional y estético de los objetos que presentan los alimentos, así como los condimentos y aderezos de uso común. Pero además cada comensal tendrá dispuesto un servicio individual de plato, cubiertos (cuchara, tenedor y cuchillo a juego) y servilleta. Aparecen también otras piezas como platos especiales para fruta y confites, jarros de caldo y calientaplatos. A ello se añadirán ya en el siglo XVIII las terrinas, salseras y mostaceros, las enfriaderas para botellas de cristal, los cubreplatos, las hueveras, y los saleros y especieros de pequeño formato añadidos al servicio individual. Además de la diversificación de los formatos y tamaños de los platos y de los cubiertos de servir y de uso individual. Experimentarán así mismo un gran desarrollo los surtouts, pero más en un sentido decorativo que funcional, lo que dará lugar definitivamente a su configuración como un centro de mesa.

            El protocolo de comida “a la francesa” se impuso de forma generalizada en las cortes europeas, realizando las adaptaciones necesarias para adecuarlo no sólo a las costumbres culinarias sino a la forma de vida de cada lugar. La comida se articulaba en una serie de cuatro a cinco servicios de media, cada uno de los cuales estaba compuesto por diversas preparaciones culinarias. Cuando los comensales se sentaban en la mesa, ya estaba dispuesto en ella el primero de los servicios, los demás irían entrando sucesivamente a intervalos de tiempo marcados con precisión, provocando el engorroso trasiego de los criados que debían levantar íntegramente el servicio anterior –excepto los recipientes de aliños y condimentos de uso común– para poder presentar el siguiente. Los comensales debían servirse ellos mismos de los platos que quisieran degustar, pues los criados sólo debían estar atentos a servirles la bebida cuando lo solicitaran. Como el tiempo de cada servicio era breve, era imposible llegar a probar todos los platos que contenía. Teniendo en cuenta además que eran varios los servicios que se iban a suceder a lo largo de la comida, la costumbre era tomar cantidades pequeñas. De ello resultaba comúnmente que una gran parte de tan aparatosa cantidad de comida volvía de nuevo a las cocinas, con el consiguiente dispendio que esto suponía, de ahí que en ocasiones se recomiende a los cocineros reelaborar las sobras para la preparación de nuevos  platos cuando sea posible.



BRAIN DE SAINTE-MARIE. “Menú para una comida del jueves, 29 de abril de 1751”,
en Voyages du Roy au château de Choisy avec les logements de la Cour et les menus 
de la table de Sa Majesté. Anne 1751 (Viajes del Rey al castillo de Choisy con los 
alojamientos de la Corte y los menús de la mesa de Su Magestad. Año 1751). 
Museo Nacional de los palacios de Versalles y del Trianon



MARTIN VAN MEYTENS. Banquete de la coronación como Rey de Romanos 
del archiduque de Austria y futuro emperador José II, en Fránkfurt, 1764
-detalle- (Palacio de Schönbrunn, Viena)




ANÓNIMO. Uno de dos planos para una mesa de cincuenta cubiertos (Francia, ca. 1770).
Museo de Artes Decorativas, París; inv. Nº 8956-8957




MARTIN VAN  MEYTENS. Banquete ofrecido en la Hofburg de Viena con motivo 
del matrimonio del futuro emperador José II con la princesa Isabel de Parma en 1760
(Palacio de Schönbrunn, Viena)




MARTIN VAN  MEYTENS. Banquete ofrecido en la Hofburg de Viena con motivo 
del matrimonio del futuro emperador José II con la princesa Isabel de Parma 
en 1760  -detalle- (Palacio de Schönbrunn, Viena)




Escuela Veneciana. Banquete ofrecido al Elector de Colonia en el palacio Nanni 
de Venecia en 1755 (Ca’ Rezzonico, Venecia)



            El boato de los banquetes oficiales no sólo se aplicaba a las comidas y cenas palaciegas, sino que se extendía también a los almuerzos y cenas del mismo tipo organizadas al aire libre. Obviamente, en el ámbito privado el protocolo se relajaba para dar paso a un ambiente más informal, aunque manteniendo la presencia de los objetos imprescindibles realizados en plata, incluso en las meriendas campestres. Por otra parte se hizo costumbre asignar también al servicio de mesa un juego de candeleros, o más comúnmente de candelabros para las veladas nocturnas.


BARTHÉLEMY OLLIVIER. Cena del príncipe de Conti en el Temple (1766).
Museo Nacional del Palacio de Versalles




ANÓNIMO. Una cena en casa del príncipe de Salm (ca. 1770)
Ayuntamiento de Raon-l’Étape (Francia)




JEAN-FRANÇOIS DE TROY. Almuerzo con ostras (1757). Museo Condé, Chantilly



FRANCISCO DE GOYA. La merienda a orillas del Manzanares (detalle). Cartón para tapiz destinado al comedor de los príncipes de Asturias en el palacio de El Pardo (Madrid), 1776-78 (Museo Nacional del Prado, Madrid)



            Además, durante el último tercio del siglo XVII se había iniciado el consumo de ponche y bebidas calientes (té, café y chocolate), lo que da pie a la aparición de los primeros recipientes para servirlos o tomarlos. La platería inglesa nos ha dejado las muestras más antiguas de este tipo de objetos que se conocen, en razón siempre de lo conservado: la primera tetera en plata se hizo hacia 1670, la cafetera es aproximadamente de una década después, y las chocolateras y poncheras ya estaban en uso a finales de esa misma centuria. En el siglo XVII se realizaron también ocasionalmente en plata las tazas con sus platillos para tomar el té, pero la costumbre de usar para este fin primero tazas de porcelana oriental y a partir del siglo XVIII de porcelana europea, dio preferencia definitivamente a este material sobre la plata.

            Son una aportación original de la platería británica los recipientes especiales para la compota, las enfriaderas de copas, las cajas de té, los cestillos para pastas y bollos y, ya a comienzos del siglo XVIII, los hervidores para el agua del té y las salvas con patas. Se añadirán pronto a estos conjuntos los jarros para crema o leche, los azucareros para terrones y las pinzas para cogerlos, también los coladores para filtrar los posos del té. La platería española aportará una pieza singular para tomar el chocolate, cuyo uso se generalizó también en la cerámica: se trata de la mancerina, un plato de tamaño pequeño con un pocillo calado en el centro para encajar la taza, utilizando el resto de la superficie para disponer los picatostes o bollos que se acostumbra tomar con esta bebida caliente.


NICOLAS BONNART, según R. B. Un caballero y una dama tomando chocolate
(Francia, finales del siglo XVII). Biblioteca Nacional, París




RICHARD COLLINS. Familia tomando el té (ca. 1727). Victoria & Albert Museum, Londres




MICHEL-BARTHÈLEMY OLLIVIER. El té a la inglesa en el salón de los Cuatro Espejos del palacio del Temple de París, en 1764 -detalle- (Museo Nacional del palacio de Versalles)



            La generalización del uso de la plata en la vajilla cortesana, implicó también que se hiciera habitual la confección de este tipo de objetos para incluirlos en los neceseres de viaje. Los más antiguos conocidos, incluyendo las piezas básicas de un servicio individual son del siglo XVII, pero el verdadero desarrollo de estos conjuntos se produjo a partir del siglo XVIII, de forma que en lo relativo a la comida incluían normalmente una escudilla con su presentador, cubiertos, vaso para beber, recipientes para sal, especias y otros aderezos, braseros, cacerolas, sartenes y otras piezas para preparar la comida, realizadas también en plata. Además de todo lo necesario para el consumo de bebidas calientes y de licores.



FRANÇOIS JOUBERT y JEAN-PIERRE CHARPENAT (plateros); LETHIER (guarnicionero); PALMA (ebanista). Neceser de la reina María Antonieta (detalle del interior y de una selección de objetos). París, 1787-88 (Museo del Louvre, París)





            La inversión económica necesaria para la creación y mantenimiento de estos conjuntos fue sin duda fabulosa. Y, aunque planteada una eventual bancarrota, la fundición masiva de estos conjuntos y de otras piezas del ámbito doméstico permitía paliar en buena medida la crisis, el dispendio previo o la vuelta sin remedio en cuanto la situación mejoraba a la generación de nuevos encargos igual de fastuosos, formaba parte de la mentalidad del Antiguo Régimen que tenía ya los días contados. El caso de Francia fue particularmente notorio y objeto de burla en algunas viñetas satíricas inglesas.



THE FRENCH KING IN A SWEAT OR THE PARIS COINERS, 1759 (El rey francés 
en un sudor o los monederos parisinos)Publicada por Mathew Darly, Londres 1759
(British Museum, Londres)



            A pesar de la seria competencia que a partir del siglo XVIII planteó la generalización del uso de la porcelana en la vajilla, la plata se mantuvo al menos hasta la primera mitad del siglo XX como un material de prestigio para la realización de estos conjuntos. El nuevo liderazgo social de la burguesía, consolidado durante el siglo XIX, permitió que al menos sus más altos representantes se convirtieran en herederos de la vieja tradición cortesana, aunque adaptándola necesariamente a los cambios en la forma de vida que la nueva estructura socioeconómica fue imponiendo. De hecho, las ocupaciones profesionales asumidas por los miembros de la alta burguesía y también de la aristocracia, obligaron a desplazar a la cena –sobre todo en el área anglosajona– la tradición de hacer diariamente una comida diaria con cierto boato, sujeta a una etiqueta más o menos rígida, que empezaba por obligar a los comensales a vestirse elegantemente para la ocasión. Lo mismo ocurría en el almuerzo celebrado el día de descanso semanal.

            Por otra parte, el protocolo del banquete oficial había cambiado significativamente a raíz del ascenso al poder de Napoleón Bonaparte, imponiéndose el servicio “a la rusa”, que implicaba la confección de un menú compuesto por varios platos, cada uno de ellos con una preparación culinaria diferente, que se presentaban sucesivamente y eran servidos a la vez por los criados a todos los comensales. Además, la composición del servicio individual en la mesa incluía ya definitivamente las copas de cristal para la bebida. De este protocolo deriva esencialmente el que se sigue practicando en la actualidad.

            Así mismo, la forma de vida más práctica e informal de la burguesía, dando prioridad a menudo a la eficacia funcional de los objetos y a la comodidad de su uso, no dudó en introducir otras piezas concebidas para cumplir con nuevas necesidades, desde la incorporación de la cafetera exprés o el hervidor de té eléctrico –diseñado por Peter Behrens (1868-1940) en 1909 para la empresa AEG–, a la creación de utensilios y recipientes destinados al autoservicio en un bufé.



JOSEPH NASH. La Galería de Waterloo en Aspley House. Ilustración incluida en el libro 
de R. Ford, Aspley House and Walmer Castle, 1853 (British Library, Londres)




CHARLES GIRAUD. El comedor de la princesa Matilde, rue de Coucelles, Francia (1854)
Museo Nacional del Palacio de Compiègne



            La era industrial trajo consigo, además, no sólo la mecanización de una parte de la producción de estos objetos de lujo y la pérdida del concepto de exclusividad con el inicio de la producción en serie, sino que introdujo otros problemas a los que se intentó ofrecer solución en adelante. Por un lado, la tendencia a la simplificación de los diseños para acelerar el tiempo de producción y poder ir derivando una parte significativa del trabajo a las nuevas máquinas. El exceso conduciría inicialmente a una vulgarización y a la monotonía en la apariencia de las piezas; en algunos casos también a la pérdida de calidad en su ejecución o acabado. Por otro lado, era necesario para el sostenimiento de la propia industria un aumento significativo de la demanda. El alto precio del metal precioso era un obstáculo a vencer, por lo que una parte cada vez más significativa de la producción empezó a realizarse en materiales sucedáneos.

            Esta no era, en realidad una situación nueva. Ya en la Antigüedad había sido frecuente el uso sistemático del bronce para la confección de objetos de uso doméstico. La posibilidad de enmascarar su apariencia que la introducción del dorado al fuego introdujo a partir del siglo V a.C., fue un acicate que sostuvo su presencia. Incluso, en la segunda mitad del siglo XVII, se inició la producción de piezas de servicio de mesa realizadas en bronce plateado, pero el volumen de objetos no parece haber sido significativo, por lo que su vigencia fue efímera. En cambio, otros metales como el estaño o el peltre –el uso del pewter (aleación de estaño y plomo) se remonta en Inglaterra a la época de la colonización romana– tuvieron durante siglos un papel de sucedáneos, por su color y apariencia semejante a la plata. Especialmente en el centro y norte de Europa, donde los recursos naturales de metal precioso eran escasos o inexistentes, por lo que la generalización de su uso en el ámbito doméstico estuvo muy extendida. El peltre se trasladó también con éxito a las colonias británicas de América del Norte, y durante el siglo XIX tuvo como alternativa el Britannia metal (estaño y antimonio).

            Inglaterra puso en marcha ya en el siglo XVIII el plate, un material formado a partir de una base de cobre chapado por una o ambas caras con plata de ley sterling (925/ooo de pureza). Thomas Boulsover (1705-1788), un platero de la ciudad de Sheffield, fue el inventor del método y el primer fabricante de objetos en este nuevo material, aunque sería uno de sus discípulos, Josiah Hancock quien realizase los primeros objetos de importancia destinados al ámbito doméstico. El éxito fue inmediato, a pesar de los inconvenientes técnicos y de los problemas de conservación de la cubierta de plata a causa de la erosión y el desgaste provocado por el uso. La ciudad de Sheffield se convirtió en el principal centro de producción de objetos realizados en este tipo de material. Su popularidad los difundió también fuera de Inglaterra, siendo imitado el material en otros lugares, aunque sin que llegara a obtener el mismo grado de aceptación por parte de la clientela. Francia fue el segundo país que tuvo una producción de cierta relevancia, realizada en lo que allí se denominó comúnmente plaqué. Término usado también en España, donde el uso de este material parece haber sido irrelevante, pues apenas hay unos pocos objetos conservados que fueron realizados por algunos plateros madrileños.

            El plate se mostró definitivamente obsoleto con la aparición, ya en la primera mitad del siglo XIX, de la alpaca (aleación de cobre, cinc y níquel, ocasionalmente con un pequeño porcentaje de plata) y del procedimiento electrolítico. La combinación de ambos fue la clave que posibilitó la producción a gran escala de vajillas y cuberterías y, por supuesto, de otro tipo de objetos. Favorecida también por la difusión de nuevos procedimientos mecánicos y de ciertos tratamientos químicos (patinados, por ejemplo), así como por los cambios sucesivos en las fuentes de energía (vapor, gas, electricidad). La primera alpaca fue patentada por la firma alemana Berndorf, a la que se debe también el nombre del material, comercializado en el mercado de exportación como German Silver. Había sido fruto de los experimentos llevados a cabo durante el siglo XVIII por diversos artífices germanos, buscando la imitación del paktong chino (aleación de cobre y níquel). Samuel Roberts lo introdujo en Inglaterra en 1830, y se comercializó desde allí con el nombre de Nickel Silver. El procedimiento de electroplating aplicado a la producción de objetos de platería fue patentado en Birmingham por la firma Elkington & Co., aunque muy pronto se generalizaría su uso en el ámbito industrial.

            El éxito de todos estos productos no quedó reducido a su adquisición por la clientela de una incipiente clase media, cuyo poder adquisitivo era más limitado, sino que la alta burguesía comenzó a utilizarlos sin complejos cada vez con más frecuencia. El conjunto de objetos de vajilla que pertenecieron a la familia Arocena son buen ejemplo de ello. En la selección de piezas que se ha realizado para esta exposición, hay sólo media docena de objetos realizados en plata; los demás son de alpaca, cobre u otro tipo de aleación plateada. A comienzos de la década de 1990, una empresa española de prestigio como Espuñes realizaba aproximadamente el 80% de su producción en alpaca plateada y sólo el 20% restante en plata de ley.

            A pesar de todo, los cambios económicos, de costumbres, de gusto, junto con la aparición sobre todo del acero inoxidable a comienzos del siglo XX y de otros materiales sucedáneos, han provocado una progresiva reducción del nivel de producción de objetos de vajilla o de cuberterías. No sólo en plata de ley, sino también en los materiales de imitación creados por la propia industria, incluso a pesar de haber mejorado en algunos casos el inconveniente de la conservación y perdurabilidad en buen estado del material sucedáneo, o de haber permitido eludir la inevitable tarea de limpieza periódica que exige la plata para evitar su oxidación.



ANDRÉ BOUYS. La limpiadora de plata (1737). Museo de Artes Decorativas, París



            Otros objetos de uso doméstico y sobre todo decorativo, más comerciales, han resistido mejor esta deriva. Sin embargo, una parte del desinterés de la clientela hacia los productos de vajilla realizados en este tipo de metales se debe también a que sólo algunas empresas han sabido afrontar la renovación de sus diseños y tipos de piezas, a fin de adaptarse mejor al gusto y las necesidades de la clientela actual. Las que se han empeñado en seguir fieles a la tradición historicista decimonónica sobreviven actualmente con dificultades, pero ha habido muchas que se han quedado inexorablemente en el camino. La familia Arocena adquirió sus piezas indistintamente en Inglaterra, España o México, recurriendo en todos los casos a firmas de prestigio. Pero, salvo excepciones, puede comprobarse en las que se han seleccionado para esta exposición la coincidencia, a pesar de tener un origen de fabricación diferente, en la imitación de modelos creados durante el Rococó y el Neoclásico del siglo XVIII. Y aunque ésta era la oferta más común en su época, se denota también un gusto conservador por parte de la familia Arocena, indiferente como tantas otras a las propuestas más arriesgadas y verdaderamente modernas que algunos diseñadores estaban proponiendo paralelamente. De hecho, en lo que al campo de la platería se refiere, el esfuerzo realizado para  mantener el equilibrio entre lo práctico y lo estético alcanzó sus últimos hitos importantes durante la primera mitad del siglo XX , gracias por ejemplo a los diseños racionalistas de los Talleres de Viena (1903-1934) y de la Bauhaus (1919-1933), y también a las creaciones art déco de personajes tan relevantes como Christopher Dresser (1834-1904), Georg Jensen (1866-1935) o Jean Puiforcat (1897-1945).

            Esta problemática se hace aún más evidente, si se compara la permanente revisión en calidad, acabados y diseño de otros materiales tradicionales en relación con la vajilla como la loza vidriada y la porcelana, que han sabido sostener mejor el favor de la clientela, favorecidas también ellas por un precio de venta más asequible como producto industrial. De hecho, la porcelana se había impuesto ya en el siglo XIX para los platos de servicio individual, aun cuando el resto de la vajilla fuera de plata o material similar. La introducción del vidrio templado e incluso del plástico en las creaciones más exclusivas realizadas por algunos diseñadores contemporáneos para importantes firmas, ha revolucionado definitivamente esta parcela de la vida doméstica.


MARGARITA PÉREZ GRANDE
Licenciada en Geografía e Historia. Especialista en
Historia de la Platería y de la Joyería



PIERRE CHABAS. Esquina de mesa (1904). Museo de Bellas Artes, Tourcoing (Francia)




Bibliografía:

ENNÈS, P.; MABILLE, G.; THIÉBAUT, P.: Histoire de la table, Flammarion, París 1994.

VV. AA.: Versailles et les tables royales en Europe (XVIIème-XIXème siècles), catálogo de la exposición en el Museo Nacional de los palacios de Versalles y de Trianon, Réunion des Musées Nationaux, París 1999.


Un versión abreviada en texto e imágenes se ha publicado en la página web del Museo Arocena (http://www.museoarocena.com/exhibiciones/actuales/en-bandeja-de-plata/

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